La infancia, que significa mucho más que el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la edad adulta, se refiere al estado y la condición de la vida de un niño: a la calidad de esos años. Un niño secuestrado por un grupo paramilitar y obligado a portar armas o a someterse a la esclavitud sexual no puede disfrutar de su infancia, ni tampoco un niño que tiene que trabajar duramente en un taller de costura de la capital, lejos de su familia y de su comunidad natal. Tampoco disfrutan de la infancia los niños y las niñas que viven en la mayor miseria, sin alimentos adecuados, sin acceso a la educación, al agua potable, a instalaciones de saneamiento y a un lugar donde vivir.
¿Qué significa
entonces para nosotros la infancia? La calidad de las vidas de los niños y las
niñas puede cambiar de manera radical dentro de una misma vivienda, entre dos
casas de la misma calle, entre las regiones y entre los países industrializados
y en desarrollo. Cuanto más se acercan los niños y las niñas a la edad adulta,
más diferencias hay entre las distintas culturas, países e incluso personas del
mismo país con respecto a lo que se espera de la niñez y al grado de protección
que deben ofrecerles los tribunales o los adultos.
Sin embargo, a pesar de
numerosos debates intelectuales sobre la definición de la infancia y sobre las
diferencias culturales acerca de lo que se debe ofrecer a los niños y lo que se
debe esperar de ellos, siempre ha habido un criterio ampliamente compartido de
que la infancia implica un espacio delimitado y seguro, separado de la edad
adulta, en el cual los niños y las niñas pueden crecer, jugar y desarrollarse.
David Benito
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